Según Eurostat (Oficina de Estadísticas de
la UE), en 2004, los mayores de 65 años representaban el 24,5 por ciento de los
que tenían entre 16 y 64 años; es decir la edad productiva, la denominada “tasa
de dependencia”. La medicina, los hábitos alimenticios, los flujos migratorios
(que lejos de disminuir, se prevé un sustancial aumento) y las mejoras sociales,
harán que en algunos años más, no muchos, este porcentaje alcance, nada menos,
que el 34,23 en el 2025 y un 50,42 en 2050 (58,69 para España). Eso va a
llegar, salvo cataclismo universal, y es asunto muy grave.
Mientras la pirámide poblacional ha tenido
una base amplia, es decir, mientras la población en edad laboral superaba en la
proporción de cinco a uno a las clases pasivas, no se planteaban problemas
financieros para mantener un sistema de pensiones, no ciertamente generoso, más
bien escaso en muchos casos. Pero, desde la perspectiva actual, digamos que
suficiente.
De esa situación de hace unos años, hoy
hemos pasado a justamente la mitad, es decir, dos y medio trabajadores activos,
cotizantes, por cada pensionista.
Pero quien tiene la responsabilidad de
gobernar no puede hacerlo a base de parches, no se puede limitar a resolver
cuestiones puntuales, por muy urgentes que sean y debe ir más allá, debe prever
y legislar para el futuro, aunque casi siempre es el futuro el que los sorprende,
al menos últimamente, y sobre todo en cuestiones económicas.
Las
técnicas estadísticas, que han mejorado sustancialmente en temas como la
demografía, son altamente fiables, y eso es así porque una buena previsión está
basada en datos históricos que son cada vez , lógicamente, más abundantes, controlables
y por tanto fiables. Es decir, podemos dar por cierto, con el margen de error
que toda previsión de futuro conlleva, que eso será así: Pronto seremos, o
serán, mayoría los pensionistas.
Un lector brasileño, a quien agradezco su
atención, me corregía, tras mis artículos sobre la sociedad civil, proporcionándome
datos de informes internacionales, en los que España, en términos de riqueza,
había pasado en los últimos tres años, de ser la octava potencia económica a la
duodécima….y cayendo. Es decir, se está produciendo un empobrecimiento,
relativo, del país, a la vez que su envejecimiento.
No es muy esperanzador el panorama. El
Gobernador del Banco de España, Miguel Ángel Fernández Ordóñez, (Mafo, le
llaman cariñosamente, o debería decir le llamaban, sus correligionarios del PSOE),
acaba de decirlo con toda claridad: Es urgente una reunión del Pacto de Toledo (vigente
desde 1996) que prevea esta situación, e introducir en el sistema las reformas
que palien, al menos, ese futuro tan dramático que se nos avecina.
No ha tardado el Gobierno, (nuestro Gobierno de diciembre de 2009, fecha
del artículo), a través del Ministro de Trabajo y la Vicepresidenta Primera,
en contestar al Sr. Fernández Ordóñez, y no lo hace recogiendo el guante, sino
mandándole que se calle y descalificando, por erróneos según el Gobierno, sus
informes.
Así no se resuelven los problemas. Así,
como ha ocurrido con la crisis económica, se reaccionará tarde y mal. El camino
es el mismo: Primero se niega la evidencia y no se toman medidas preventivas y
cuando nos alcanza el tsunami, ya poco se puede hacer, si acaso esperar a que
lleguen los equipos de socorro.
No sugeriré que esa mayoría natural de
pensionistas, presentes y futuros, se articulen en un parido político, que
tendría una mayoría garantizada, porque no creo en los partidos políticos (al
menos con la experiencia española de los últimos años, ya lo dije en “De
profesión: Político”), pero si me atrevo a sugerir la agrupación en una
“asociación cívica” en una institución nacional que nos acoja a todos y
defienda los derechos de quienes, tras una larga y, muchas veces, sacrificada
vida productiva, hemos pasado, de lo que, pensábamos sería un merecido descanso,
a lo que está a punto de convertirse en
una perpetua incertidumbre (hasta que se haga realidad la amenaza sobre
nuestras pensiones).
Escasos son, de momento, los responsables
políticos que predican con el ejemplo, disminuyendo, hasta lo posible, los
enormes aparatos burocráticos de los que se han dotado en los últimos años,
desde consejerías, concejalías, asesorías, liberados sindicales,(bueno esto da
para otro artículo completo), ministerios
y hasta vicepresidencias sin funciones ni presupuesto, que distraen recursos
económicos tan necesarios.
Algunos países, como Alemania y Austria,
están ya tomando medidas para paliar esa dramática situación, mientras otros
las tienen en estudio. Se trata de elevar las edades de jubilación, pasar de
los teóricos 65, (la real no llega a los 62) a los 70 años, lo que no presenta
excesivas dificultades, sobre todo para trabajos que no requieran un esfuerzo físico.
Pero hay algo para lo que los mayores si estamos capacitados y que a la vez
serviría para mitigar una de nuestras
mayores carencias: la educación. Poner nuestra diversa, rica y a veces dura experiencia
al servicio de la formación de los más jóvenes, solo traería beneficio para la
sociedad.
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