Fruto de una pésima educación y de la pérdida absoluta de valores humanos, no digamos ya morales o éticos, son las cada vez más frecuentes ofensas y faltas de respeto a los demás que se dan en nuestra sociedad. Ofensas a sus creencias, sus valores, su familia y a su propia vida.
Ha dado la vuelta al mundo la jura de su cargo como Alcalde
de Brunete de Borja Gutiérrez, sencillamente porque solicitó que le trajeran un
crucifijo delante del cual efectuó el juramento. Los vecinos de Brunete
presentes, quizás no todos, pero una considerable mayoría irrumpieron en una
sonora y larga ovación. El hecho, por extraordinario, ha tenido una enorme
difusión en los medios de comunicación y redes sociales. Las adhesiones
recibidas por Borja son millonarias.
Que en España, la católica España, (todavía el setenta y dos
por ciento de los españoles nos declaramos católicos), un hecho como este
traspase los límites de la normalidad significa muchas cosas y ninguna de ellas
buena. Significa que los católicos no hemos sabido conservar nuestros derechos
como mayoría social, que por el contrario nos hemos acomodado, nos hemos vuelto
impasibles (¿cobardes?) ante los ataques a nuestras creencias y costumbres,
dejándonos invadir por el nihilismo y un laicismo beligerante. ¡Qué cómodos nos
hemos hecho a las primeras de cambio!
Tan cómodos, o tan cobardes, como católicos lo somos como
españoles, admitiendo, impasibles, algo que no ocurre en ningún país del mundo,
que ni se les pasa por la imaginación: abuchear a nuestro Himno y al Rey de
todos los españoles, y así un año y otro….y no pasa nada.
Claro, ¿Qué se puede esperar de una clase política que, como
novedad y excepcionalmente, exhibe la bandera nacional en una concentración de
militantes? Lo habitual, o lo que debería ser habitual ha dejado de serlo, la
normalidad, ahora, es que no haya banderas españolas, se pite al Himno y al Rey,
o que desaparezcan los crucifijos en colegios y actos públicos
Los enemigos de la Religión Católica saben dónde nos duele,
lo que para nosotros significa un crucifijo y, aunque para ellos solo sean dos
maderas cruzadas, lo atacan con saña sabedores del daño que causan y. lo que es
más grave, que no habrá reacción, que pondremos cobardemente la otra mejilla.
No se les ocurriría, ni de lejos, (ellos también son muy
cobardes), hacer algo semejante en una sinagoga o una mezquita. Yo no propugno
responder de igual manera, pero la pasividad, la indiferencia, el dejar hacer,
solo lleva a una escalada de actos similares o peores. Y además nos amparan las
leyes.