Ni el eco queda ya de aquel grito desesperado “Bring back our girls” que dio la vuelta al mundo en las voces más
destacadas de las sociedades occidentales, pero desgraciadamente solo quedó en eso,
un movimiento de protesta ante una atrocidad, ni única ni última, de unos seres
¿humanos? sin cerebro, sin señas identificables como seres racionales.
Hace un año, más o menos, escribía en estas
mismas páginas como inicio de una desesperada crónica: “ Que el ser humano es capaz de las más loables heroicidades y de los más
detestables crímenes, ya lo sabemos, pero nuestra capacidad de asombro, de espanto más bien,
ante hechos como el sucedido en Nigeria…” pero la capacidad de
asombro ante tanta atrocidad se ve cada día desbordada, mientras la comunidad internacional,
las “potencias” occidentales, solo hacen campañas con frases más o menos
afortunadas, manifestaciones millonarias como la de Paris, incluidos los más
poderosos mandatarios del universo conocido, pero en pocos días no queda ni
rastro de tanto manifestante. Y de ahí no pasamos.
Organizaciones internacionales, como la ONU o
la Unión Europea, no se ponen de acuerdo en acciones conjuntas y eficaces
contra esta lacra que nos ha tocado vivir a la humanidad en los albores del
Siglo XXI, e incluso partidos de la izquierda europea, algunos de nuevo cuño,
se escandalizan y oponen ante propuestas de acciones militares, no sé si
definitivas, pero en la línea de acabar con la amenaza. Aunque parezca mentira,
existen colectivos que abogan por la acogida, el dialogo, la integración de los
fanáticos. Reproduzco un párrafo del comentario recibido a raíz de la
publicación de mi artículo “Nous catalans” en el Diario de Cádiz del sábado 11
de este mes de abril:
“Y por otro lado aparece ahora el problema de la integración de este
fenómeno en la sociedad catalana, también arteramente utilizado desde hace
décadas por los independentistas, con el fin de desnivelar en favor de la lengua
catalana la presencia social de la lengua española, al quedar diluida entre una
masa mayor de lenguas africanas, favoreciendo que a Cataluña llegara,
preferentemente, más inmigración africana que sudamericana de habla hispana.
Este era un argumento reconocido públicamente desde hace décadas entre mis
conocidos en Cataluña. Y así nos va.
En Reus, donde vivo, tenemos la desgracia de tener la mezquita más fanatizada de Cataluña. Alguno de los autores del atentado a las Torres Gemelas en New York, vivía en Salou (a 8km. de Reus), y tenía contactos con la mezquita de Reus.
Y ahora los catalanistas se rasgan las vestiduras y ponen verde al ministro del Interior: Fernández Díaz, por decir en voz alta que llevan años jugando con fuego y que los quemados que habrá en el futuro son responsabilidad suya.”
En Reus, donde vivo, tenemos la desgracia de tener la mezquita más fanatizada de Cataluña. Alguno de los autores del atentado a las Torres Gemelas en New York, vivía en Salou (a 8km. de Reus), y tenía contactos con la mezquita de Reus.
Y ahora los catalanistas se rasgan las vestiduras y ponen verde al ministro del Interior: Fernández Díaz, por decir en voz alta que llevan años jugando con fuego y que los quemados que habrá en el futuro son responsabilidad suya.”
No nos cansaremos
de repetir y clamar, aunque sea en el desierto, que es imprescindible y urgente
una acción conjunta y decidida contra las bases del terrorismo, contra sus
líneas de financiación y abastecimiento, contra sus redes de reclutamientos de
jóvenes a los que fanatizan e inmolan, contra sus líderes y, en definitiva,
contra cualquier posible amenaza a nuestras vidas procedente del fanatismo
yihadista.
Transcribo algunos
párrafos de la web de la Iglesia Católica “Aleteia” donde se reproducen algunas palabras del Papa
Francisco sobre esta cuestión: “El Papa Francisco dirige
su apremiante llamamiento a la Comunidad internacional, para que, activándose
para poner fin al drama humanitario en curso, actúe para proteger a cuantos se
ven afectados o amenazados por la violencia”. El llamamiento del Pontífice se
refiere al “Norte de Iraq” y no se refiere sólo a los cristianos, hay cien
mil huyendo, sino a todas las víctimas de la violencia. El calvario de
los cristianos de la región de Mosul es sabido, y nuestros lectores lo conocen
bien. Pero a las masacres de cristianos se añaden ahora las de los seguidores
de otra religión, los Yezidíes. La Iglesia católica no aprecia particularmente
las visiones gnósticas del mundo, pero hoy es entre los pocos en Irak que
levanta la voz contra la masacre de esta minoría que acompaña a la de los
cristianos.
Pero protestar no basta. Cuando el Papa invita a la comunidad internacional a “activarse” y “actuar” para proteger a los que están amenazados por la ciega violencia de las milicias fundamentalistas, plantea evidentemente el problema de una intervención armada. Los iraquíes solos no pueden más. Las misiones humanitarias curan a los heridos y sobre todo entierran a los muertos, pero no impiden nuevas masacres. ¿Es justo mandar a los cazas a bombardear o a las tropas a combatir contra los terroristas del ISIL? Los problemas políticos son evidentes: muchas citas electorales han enseñado a los gobiernos de Estados Unidos y Europa qué impopular es mandar soldados a morir a tierras lejanas, incluso por las mejores razones humanitarias.
Desde el punto de vista moral, sin embargo, el pacifismo absoluto como máscara de inconfesados intereses electorales no se corresponde con el magisterio de la Iglesia. No solo los papas se han mostrado a favor de la llamada “injerencia humanitaria”, sino que el Papa Francisco, como sus predecesores, nos remite a menudo al Catecismo de la Iglesia Católica. En el número 2265, éste enseña que “la legítima defensa puede ser no solamente un derecho, sino un deber grave, para el que es responsable de la vida de otro”.
Pero protestar no basta. Cuando el Papa invita a la comunidad internacional a “activarse” y “actuar” para proteger a los que están amenazados por la ciega violencia de las milicias fundamentalistas, plantea evidentemente el problema de una intervención armada. Los iraquíes solos no pueden más. Las misiones humanitarias curan a los heridos y sobre todo entierran a los muertos, pero no impiden nuevas masacres. ¿Es justo mandar a los cazas a bombardear o a las tropas a combatir contra los terroristas del ISIL? Los problemas políticos son evidentes: muchas citas electorales han enseñado a los gobiernos de Estados Unidos y Europa qué impopular es mandar soldados a morir a tierras lejanas, incluso por las mejores razones humanitarias.
Desde el punto de vista moral, sin embargo, el pacifismo absoluto como máscara de inconfesados intereses electorales no se corresponde con el magisterio de la Iglesia. No solo los papas se han mostrado a favor de la llamada “injerencia humanitaria”, sino que el Papa Francisco, como sus predecesores, nos remite a menudo al Catecismo de la Iglesia Católica. En el número 2265, éste enseña que “la legítima defensa puede ser no solamente un derecho, sino un deber grave, para el que es responsable de la vida de otro”.
He querido,
expresamente, reproducir opiniones ajenas, más autorizadas que las mías, para
reforzar los argumentos que, una y otra vez, exponemos en estas páginas a favor
de una intervención armada, tan dura como sea necesaria para resultar eficaz.
Lo hemos llamado: “Nous Catalans”, “La
cruzada del S. XXI”, “Terrorismo global”, “¿Dónde y Cuándo?”, y así hasta 14
veces…y las que sean necesarias.