Programas de televisión nos muestran la vida de muchos españoles que, por unas u otras circunstancias, han tenido o querido salir más allá de nuestras fronteras a establecerse y desarrollar su proyecto de vida.
Estadísticas oficiales nos hablan con frecuencia de
jóvenes españoles, con formación y estudios, que ante la falta de oportunidades
profesionales en una España donde siempre los índices de desempleo han superado
a la media europea y que desde la crisis económica de 2007 se ha situado a la
cola de los países de la OCDE, han decidido buscar fortuna en países con
demanda de buenos profesionales.
Pero hoy no voy a referirme a unos ni a otros, aunque no
oculto mi admiración y respeto por todos ellos, sino por esos otros españoles
de uniforme (a veces sin él) pertenecientes a nuestras Fuerzas Armadas, Cuerpos
de seguridad del Estado y Servicio de Inteligencia, que desarrollan su trabajo,
la protección de nuestras vidas e intereses, en los más diversos lugares del
mundo.
Con motivo
de los desgraciados terremotos de Nepal, los medios de comunicación nos han informado
del desplazamiento a las zonas accidentadas de efectivos de la Guardia Civil y
la Unidad Militar de Emergencias (UME), especialistas en rescates de alta montaña,
trasladados para buscar y rescatar a los cientos de españoles atrapados por las
avalanchas de nieve y lodo que se produjeron provocadas por los terremotos.
Cruz Roja, Médicos
sin Fronteras, Save the Children, y
otras ONG`s están ya desde hace tiempo
desplegadas en esas zonas deprimidas, ayudando
a sobrevivir a millones de personas perseguidas, amenazadas de muerte por sus
creencias, huidas de sus países por causa del hambre o la guerra. Jóvenes
médicos, sanitarios, maestros, y de las más diversas profesiones, voluntarios
todos, que han dejado una vida cómoda en este occidente donde la inmensa
mayoría ni sabe situar en el mapa a países como Nepal, Haití, Mozambique y
tantos otros.
Jóvenes
españoles, muy preparados y con un altísimo espíritu de servicio y solidaridad
con quienes les necesitan, dispuestos en todo momento para salvar vidas ajenas a
riesgo de las propias, en cualquier
lugar del mundo, por lejano e inaccesible que sea.
Otros miles
de jóvenes como ellos, chicos y chicas, a bordo de buques de la Armada, en
unidades de los Ejércitos de Tierra o del Aire, de la Guardia Civil, la Policía Nacional
o el Centro Nacional de Inteligencia (CNI), velan constantemente por nuestra
seguridad, para prevenir y evitar, en lo posible, los ataques de la sinrazón y
el fanatismo.
Oigo y leo con
frecuencia crónicas sobre nuestros jóvenes, sobre esas generaciones de
españoles que no terminaron sus estudios
por abandono prematuro de las aulas, de esos millones que ni estudian ni
trabajan y que con mucha frecuencia caen en el delito, las drogas y la
desesperanza. Pienso que nuestros políticos no han hecho lo suficiente para
evitar estas situaciones, que sus padres, quizás por ignorancia o falta de
medios, tampoco han logrado proporcionarles la formación adecuada para
ilusionarles con un proyecto de vida y ellos mismos no han sido conscientes de
a donde les llevaba el abandono y la ignorancia, presas fáciles para personas
sin escrúpulos.
Razón de más para
mostrar hoy públicamente mi admiración y respeto por esos otros miles de
jóvenes españoles a los que me he referido a lo largo de este artículo, esos
españoles fuera de su país, dispersos por el mundo haciendo el bien, con los
que el resto de españoles hemos contraído una deuda de gratitud, que ellos ni
siquiera reclaman.
Jaime estás en lo cierto. Son héroes anónimos...
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