(Publicado en el Diario de Cádiz el 31 de Enero de 2011, no ha tenido que ser actualizado, todo sigue igual...)
Los seres humanos, desde los tiempos
de los que tenemos memoria, hemos sido protagonistas de los actos más heroicos
y de las más detestables acciones criminales. Si, en el momento de nacer,
colocáramos en los dos platillos de una hipotética balanza, en un lado nuestros
valores positivos y en el otro los negativos, es posible que, salvo en los
casos en los que la genética tenga una gran influencia, el fiel permanecería
inalterable de su centrada posición.
Pasan los años y cada uno/a va desarrollando
su personalidad, el fiel de la balanza
comienza a inclinarse, y ya no volverá nunca al punto de partida. Conforme
vayan sucediéndose experiencias de todo
tipo, y las influencias externas de los padres, amistades, familia, profesores
o medios de comunicación social, afecten más directamente, y con más fuerza, en su
formación, el ser humano, compone su personalidad.
Es decir, son muchos los factores que
configuran nuestra personalidad: genética, ambiente social, amistades, educación…Pero
de todos ellos, la formación, la adquisición y asunción como propios de
determinados valores es lo mas decisivo.
Aquellos cuyo índice de la balanza, por
una u otra circunstancia, se ha desplazado hasta posiciones extremas, se
convierten, por un lado, en potenciales héroes, y por el otro, en un peligro
para sus semejantes, estos últimos han llegado a tal grado de degeneración
humana que, por imposible que nos resulte de entender, para ellos las vidas
ajenas no tienen ningún valor.
Más simple: quienes han tenido la
suerte de adquirir durante su formación valores positivos, desarrollaran estos
valores haciendo a sus semejantes destinatarios de su afecto, su ayuda, su
compañía, su amor, hasta llegar al extremo de sufrir y padecer por los demás.
Por el
contrario, quienes, para su propia desgracia y la de sus semejantes, la vida
les ha llevado a una total ausencia de valores positivos, son capaces de
cometer los más execrables crímenes. Pero no se llega a los extremos que hoy
nos entristecen de una forma súbita. Existe una gradación en el crimen. Un
pequeño delito impune, anima a su autor a intentar otro de más gravedad,
siempre se justificará para seguir
delinquiendo y en último caso culpará a “esa sociedad que lo ha hecho así”. En
realidad esa sociedad, que no ha corregido adecuadamente los pequeños desvíos
iniciales, es, hasta cierto punto, co responsable.
Los dos extremos, de esa hipotética
balanza que usamos como ejemplo, nos llevan del amor sublime que todo lo da, al
odio enfermizo que es capaz de
inmolarse, si con ello logra la muerte del mayor número de personas inocentes
posible, de prender fuego a un templo, estrellar un avión o hacer estallar unos
explosivos en unos trenes llenos de pasajeros.
Universalmente reconocidos por la entrega y amor a sus
semejantes, Gandhi, Sor Teresa de Calcuta, son solo dos ejemplos de los
millones de seres humanos cuyo paso por la Tierra ha dejado una huella
importante y positiva para la humanidad. No morirán nunca, porque su recuerdo
permanecerá por siglos.
Seguimos hablado de seres humanos, pero al otro lado
del espectro y encontraremos personajes como Osama Bin Laden, De Juana Chaos,
asesinos en serie, terroristas, pederastas, violadores,… gente sin escrúpulos,
para los que la vida humana ha perdido todo valor.
Y en medio de esos extremos nos encontramos el común
de los mortales, solo que aquí también hay diferencias y muy grandes. Junto a
quienes viven sus vidas como meros espectadores de cuanto ocurre a su
alrededor, incapaces de aportar lo más mínimo, sin que las imágenes, no por
frecuentes menos dramáticas, de muertes masivas debidas a la extrema pobreza,
(dejar morir de hambre también es terrorismo) catástrofes naturales, crímenes o
actos terroristas, conmuevan sus corazones. Incapaces de sumar su pequeño
esfuerzo económico, de denuncia o de presencia, al de otros ciudadanos mas responsabilizados.
No hablo ya de quienes, siguiendo una vocación de
servicio, han orientado sus vidas hacia la seguridad, la salud, la subsistencia o el consuelo humano y
espiritual de quienes no tienen ni lo más imprescindible. Médicos, Fuerzas de
Seguridad, Misioneros, Militares, Bomberos, que abandonan la comodidad del
llamado Primer Mundo, para acudir allí donde se les requiere, donde nadie, sino
ellos, consiguen, a veces con riesgo de sus propias vidas, llevar algo de
consuelo a tanta necesidad.
Hablo de lo que podemos hacer desde aquí, cada uno
desde donde se encuentre. Nos excusamos con frases como: “es tan poco lo que
puedo aportar, que no serviría de nada”, “las ayudas nunca llegan a los
necesitados, los líderes africanos se encargan de ello”, o, “denuncias y a los
cinco minutos ya están en la calle” y
muchas más que apenas sirven para descargar un poco nuestras acomodadas
conciencias.
Nos quejamos constantemente de aumento
de la violencia a nuestro alrededor. Vandalismo callejero, agresiones a
profesores y sanitarios, violaciones, robos con violencia, amenazas
terroristas, violencia domestica, pederastia, estafas, robos y todo tipo de
manifestaciones, de lo peor de la especie humana. A veces mucho más cerca de nosotros
de lo que nos gustaría, y ¿Qué hacemos? Habitualmente mirar para otro lado, no
comprometernos, no denunciar, no defender a las victimas. Esconder la cabeza
debajo del ala y, en esa postura, es posible que un día nos sorprenda una
acción violenta de la que seamos victimas.
La violencia, lo hemos dicho más
arriba, tiene etapas, y no erradicarla en sus inicios, no corregirla cuando
todavía “son cosas de tres incontrolados”,
puede degenerar en sangrientos episodios, como los que nos sorprenden a
diario en demasiadas partes del mundo.
Verdaderamente nos desentendemos de lo que ocurre a nuestro alrededor, y somos complices de todo lo que ocurre.
ResponderEliminarConvendria fomentar otros valores y actitudes como comprensión, tolerancia y empatía; nos iría a todos mucho mejor.
Fernando C.