“Conjunto de
organizaciones e instituciones cívicas voluntarias y sociales que forman la
base de una sociedad activa, en oposición a las estructuras del estado y de las
empresas”… “aunque no tienen por qué ser necesariamente políticas suelen tener
influencia en la actividad política de la sociedad de la que forman parte”.
Si
ha tenido la paciencia de leer mis dos anteriores artículos en estas páginas,
se dará cuenta de cual es el objetivo de esta, por el momento, última entrega.
En la primera, ya lejana en el tiempo, “De profesión: Político” hablábamos de
nuestra clase política en un tono ciertamente pesimista. No cabe esperar
demasiado de quienes hacen de tan noble ocupación un medio de vida, de buena
vida, anteponiendo los intereses partidistas y propios a los de la sociedad a
la que dicen servir.
En
el artículo anterior quisimos trasladar al lector lo que consideramos los
fundamentos de una sociedad y como, por lo general, en el mundo anglosajón
cuidan y potencian determinados valores que les han llevado a alcanzar puestos
destacados en el conjunto de las naciones.
¿Tenemos derecho a ser conformistas y pasivos? ¿Es este el país que queremos dejar en herencia a nuestros hijos y nietos? Ciertamente que no. Al menos una buena parte de esta sociedad civil va tomando conciencia de que la pasividad, el mirar para otro lado, solo conduce a empeorar la situación y, siguiendo a Murphy: “Si algo puede empeorar…..”
Hace
muy pocos años, España era ya un país de conformistas. Nadie se quejaba de
nada, ni en un restaurante, o un hotel o cualquier otro servicio deficiente del
que éramos victimas. Aquello cambió, afortunadamente, gracias a la aparición de
organizaciones de consumidores. Nos enseñaron a reclamar lo que considerábamos que
era justo, rellenar hojas de queja y en general, perder el respeto humano que
nos impedía ejercer nuestros derechos. En ese campo hemos avanzado aun más.
Leemos en la prensa, con relativa frecuencia, como reciben indemnizaciones
cuantiosas, victimas de accidentes, cuya culpa es achacable a un deficiente
estado de conservación del pavimento, una mala señalización o cualquier
negligencia de quienes son responsables, en última instancia, del percance, sea
público o privado. La primera vez que visité los Estados Unidos, me llamaron la
atención unas señales amarillas que advertían de “suelo resbaladizo” mientras
una limpiadora pasaba humedeciendo el suelo. Pensé que se trataba de un gesto
de buena voluntad. Alguien me sacó de mi error: “No puedes imaginar las
indemnizaciones que obligan a pagar si alguien resbala y no ha sido
advertido”
Si
hemos sido capaces de “perder la vergüenza” y reclamar lo que consideramos
justo, ¿por qué no hacer lo mismo respecto a nuestros representantes políticos?.
Nuestros votos a un programa político es el
precio que pagamos. A partir de ese momento es nuestro programa, bien
que nos lo han “vendido” durante la campaña electoral. Tenemos derecho a exigir
su cumplimiento, que no nos lo cambien a mitad de camino, o lo adulteren o,
simplemente, como es lo más habitual, se olviden de lo prometido, lo ignoren y
nos ignoren.
Si decimos que las “organizaciones de consumidores” nos enseñaron a exigir nuestros derechos como consumidores de bienes, “la sociedad civil”, tal como es definida al inicio de este artículo, es decir, la “base de una sociedad activa” que debe “tener influencia en la actividad política de la sociedad de la que forma parte”.
Articular
esa “sociedad civil” es la cuestión. Crear esas “organizaciones e instituciones
cívicas voluntarias y sociales” es la tarea, pero en contra de lo que podamos
pensar, tenemos más de la mitad del camino recorrido. Existen y funcionan
aceptablemente bien “asociaciones de vecinos, de barrio o de distrito”, clubes
e instituciones de todo tipo, “colegios profesionales”, “organizaciones no
gubernamentales”, “fundaciones”, “asociaciones de padres”, “de victimas”… y un
largo número de instituciones independientes dedicadas a las más diversas
actividades.(Observe el lector que para nada hemos nombrado a los sindicatos,
al ser subvencionados y por tanto dependientes). Todas ellas cuentan con
personas activas que se responsabilizan de su funcionamiento a satisfacción de
sus componentes, pero falta dar un paso más, o mejor dicho, dos. En primer
lugar deben unir esfuerzos, definir intereses comunes, buscar elementos de
unidad, contactar, comunicarse, crear conciencia colectiva. Y, lo más
importante, hacerse presentes en la vida publica, en la política activa, como
un elemento de control y exigencia a nuestros representantes del cumplimiento
de sus propuestas electorales.
Cuando ocurre un hecho extraordinario que toca las conciencias de la sociedad, es frecuente que, a iniciativa de los más afectados, se recojan firmas pidiendo alguna modificación legislativa. No importa que el número de firmantes, ciudadanos anónimos, alcance cifras millonarias. El efecto es, ha sido hasta ahora, nulo. Los políticos saben que la fuerza de estos movimientos “anónimos y desorganizados” es como la de una gaseosa (con todos mis respetos a sus promotores y firmantes). ¿Sería lo mismo de tratarse de un numeroso colectivo, con influencia en un sector significativo de la sociedad? Pues ¡manos a la obra!
Bien dicho!!! Solo nos falta encontrar a las persomas que lideren ese movimiento, o esos movimientos. No existen las revoluciones sin líderes, sin organización...por eso fracasan esos movimientos que al final son "gaseosa" como el 15 M.
ResponderEliminar