miércoles, 25 de julio de 2012

LA SOCIEDAD CIVIL (y II)


  (Publicado en el Diario de Cádiz el 17 de Abril de 2009)

“Conjunto de organizaciones e instituciones cívicas voluntarias y sociales que forman la base de una sociedad activa, en oposición a las estructuras del estado y de las empresas”… “aunque no tienen por qué ser necesariamente políticas suelen tener influencia en la actividad política de la sociedad de la que forman parte”.

Si ha tenido la paciencia de leer mis dos anteriores artículos en estas páginas, se dará cuenta de cual es el objetivo de esta, por el momento, última entrega. En la primera, ya lejana en el tiempo, “De profesión: Político” hablábamos de nuestra clase política en un tono ciertamente pesimista. No cabe esperar demasiado de quienes hacen de tan noble ocupación un medio de vida, de buena vida, anteponiendo los intereses partidistas y propios a los de la sociedad a la que dicen servir.

             En el artículo anterior quisimos trasladar al lector lo que consideramos los fundamentos de una sociedad y como, por lo general, en el mundo anglosajón cuidan y potencian determinados valores que les han llevado a alcanzar puestos destacados en el conjunto de las naciones.

           ¿Tenemos derecho a ser conformistas y pasivos? ¿Es este el país que queremos dejar en herencia a nuestros hijos y nietos? Ciertamente que no. Al menos una buena parte de esta sociedad civil va tomando conciencia de que la pasividad, el mirar para otro lado, solo conduce a empeorar la situación y, siguiendo a Murphy: “Si algo puede empeorar…..”

             Hace muy pocos años, España era ya un país de conformistas. Nadie se quejaba de nada, ni en un restaurante, o un hotel o cualquier otro servicio deficiente del que éramos victimas. Aquello cambió, afortunadamente, gracias a la aparición de organizaciones de consumidores. Nos enseñaron a reclamar lo que considerábamos que era justo, rellenar hojas de queja y en general, perder el respeto humano que nos impedía ejercer nuestros derechos. En ese campo hemos avanzado aun más. Leemos en la prensa, con relativa frecuencia, como reciben indemnizaciones cuantiosas, victimas de accidentes, cuya culpa es achacable a un deficiente estado de conservación del pavimento, una mala señalización o cualquier negligencia de quienes son responsables, en última instancia, del percance, sea público o privado. La primera vez que visité los Estados Unidos, me llamaron la atención unas señales amarillas que advertían de “suelo resbaladizo” mientras una limpiadora pasaba humedeciendo el suelo. Pensé que se trataba de un gesto de buena voluntad. Alguien me sacó de mi error: “No puedes imaginar las indemnizaciones que obligan a pagar si alguien resbala y no ha sido advertido”

               Si hemos sido capaces de “perder la vergüenza” y reclamar lo que consideramos justo, ¿por qué no hacer lo mismo respecto a nuestros representantes políticos?. Nuestros votos a un programa político es el  precio que pagamos. A partir de ese momento es nuestro programa, bien que nos lo han “vendido” durante la campaña electoral. Tenemos derecho a exigir su cumplimiento, que no nos lo cambien a mitad de camino, o lo adulteren o, simplemente, como es lo más habitual, se olviden de lo prometido, lo ignoren y nos ignoren.


             Si decimos que las “organizaciones de consumidores” nos enseñaron a exigir nuestros derechos como consumidores de bienes, “la sociedad civil”, tal como es definida al inicio de este artículo, es decir, la “base de una sociedad activa” que debe “tener influencia en la actividad política de la sociedad de la que forma parte”.

                Articular esa “sociedad civil” es la cuestión. Crear esas “organizaciones e instituciones cívicas voluntarias y sociales” es la tarea, pero en contra de lo que podamos pensar, tenemos más de la mitad del camino recorrido. Existen y funcionan aceptablemente bien “asociaciones de vecinos, de barrio o de distrito”, clubes e instituciones de todo tipo, “colegios profesionales”, “organizaciones no gubernamentales”, “fundaciones”, “asociaciones de padres”, “de victimas”… y un largo número de instituciones independientes dedicadas a las más diversas actividades.(Observe el lector que para nada hemos nombrado a los sindicatos, al ser subvencionados y por tanto dependientes). Todas ellas cuentan con personas activas que se responsabilizan de su funcionamiento a satisfacción de sus componentes, pero falta dar un paso más, o mejor dicho, dos. En primer lugar deben unir esfuerzos, definir intereses comunes, buscar elementos de unidad, contactar, comunicarse, crear conciencia colectiva. Y, lo más importante, hacerse presentes en la vida publica, en la política activa, como un elemento de control y exigencia a nuestros representantes del cumplimiento de sus propuestas electorales.


              Cuando ocurre un hecho extraordinario que toca las conciencias de la sociedad, es frecuente que, a iniciativa de los más afectados, se recojan firmas pidiendo alguna modificación legislativa. No importa que el número de firmantes, ciudadanos anónimos, alcance cifras millonarias. El efecto es, ha sido hasta ahora, nulo. Los políticos saben que la fuerza de estos movimientos “anónimos y desorganizados” es como la de una gaseosa (con todos mis respetos a sus promotores y firmantes). ¿Sería lo mismo de tratarse de un numeroso colectivo, con influencia en un sector significativo de la sociedad? Pues ¡manos a la obra!

1 comentario:

  1. Bien dicho!!! Solo nos falta encontrar a las persomas que lideren ese movimiento, o esos movimientos. No existen las revoluciones sin líderes, sin organización...por eso fracasan esos movimientos que al final son "gaseosa" como el 15 M.

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