El valor de la vida humana se ha hecho insignificante,
no ya para los fanatizados terroristas o los proabortistas, sino para políticos
sin escrúpulos para los que todo vale con tal de mantenerse en el poder.
Cristina
Fernández, presidenta de la Republica Argentina, “lamenta la muerte (del fiscal
Nisman) como lamenta la muerte de cualquier argentino”, como si el caso de este
asesinato no le concerniera directísimamente. No olvidemos que Nisman acusaba a
la presidenta de encubrir a los terroristas iraníes que en 1994 asesinaron a 85
personas pertenecientes a la mutualista judía AMIA.
Vladimir
Putin, presidente de Rusia, se `pone de perfil, como si no fuera con él, como
si nada supiera del asesinato de Boris Nemtsov. El líder de la oposición
paseaba con su novia, la modelo ucraniana Anna Duritska, frente a la catedral
de San Basilio, en plena Plaza Roja, en pleno centro de Moscu, cuando unos
pistoleros se aproximaron por su espalda y acabaron con su vida.
No
estamos hablando de fanáticos ni de países del tercer mundo, estamos hablando
de países desarrollados, a cuyas sociedades se les suponen unos valores
morales y un desarrollo cultural y
humanístico donde estos crímenes deberían estar desterrados.
Previsiblemente,
las investigaciones no llevarán a ningún parte. En uno y otro caso, el poder
político y los ejecutores materiales se aseguran de que así sea. Prácticamente,
a pesar del tiempo transcurrido, en el caso argentino, y de la escasez de
pistas en el de Nemtsov, los investigadores van dando por cerrado el caso. Solo
la presión de la calle o de los más allegados mantiene una cirta vigencia de
los casos, pero no durará mucho.
La
violencia se enseñorea por nuestro planeta y en nuestro propio continente
europeo no acaban de asentarse los cambios que sobrevinieron al fin de la
guerra fría. Tras los cruentos conflictos armados de la antigua Yugoslavia de
los años 90, vivimos en nuestros días un nuevo episodio bélico en Ucrania cuyo
final no se vislumbra.
Occidente, o para ser más exacto, la OTAN, no reacciona
o reacciona tarde y mal, sobre todo por la falta de unidad de criterio de los
países miembros. Ucrania, con la previa ocupación sin resistencia de la península
de Crimea, puede ser dos cosas: o el regreso de la guerra fría o de la unión
soviética.
Putin,
Fernández y otros mandatarios mundiales, como maduro en Venezuela, hacen uso de
la violencia política para conservar el poder y reprimir cualquier atisbo de
oposición, llegando al asesinato de quienes supongan un obstáculo a sus
intereses.
Serán
asuntos internos, pero organismos como la ONU, tan defensora de los derechos
humanos en otras ocasiones, debería pronunciarse ye intervenir en auxilio de
quienes están siendo asesinados. O esas vidas no merecen ser defendidas por la
comunidad internacional.
A
Cristina Fernández le duele la muerte del fiscal que la acusaba de un gravísimo
delito tanto “como la de cualquier argentino”, es decir: nada.
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