(Publicado en el Diario de Cádiz el 09 de Junio de 2012)
Muchas veces pienso en la imagen que un
observador externo e imparcial, percibe de la España de hoy. Si se trata de
alguien perteneciente a cualquiera de los países que podemos considerar más
asentados, política, económica y socialmente, esos que ahora llamamos de
“nuestro entorno”, es seguro que concluirá que estamos todos locos, que en este
país nadie esta en sus cabales.
Habrá visto, la final de la Copa del Rey de
fútbol, donde las aficiones de dos equipos españoles se dedicaron a insultar y
abuchear a su propio himno nacional y al máximo representante el Estado al que
pertenecen.
Observará, atónito, como los dos
principales partidos, los únicos que por el momento pueden alternar en la
gobernanza del país, ante la más que difícil situación económica, al borde del
rescate por las instituciones europeas, no son capaces de llegar a unos
acuerdos de mínimos que proyecten una imagen de unidad hacia los mercados de
capitales y nos permitieran algún respiro.
Se quedará de piedra al ver como unos
sindicatos “de clase”, han permanecido en silencio durante años, recibiendo
sustanciales subvenciones, fondos para la formación profesional
multimillonarios, exenciones fiscales, y todo tipo de prebendas, mientras sus
“protegidos” pasaban por millones a las listas del desempleo.
Verá, horrorizado, como un día si y otro
también, “espontáneas y nada manipuladas” manifestaciones de obreros (¿en
paro?), terminan con una paz social, mantenida en años de penuria, destrozando
mobiliario urbano, instalaciones
costosísimas y paralizando por horas la actividad de miles de conciudadanos,
sin que las fuerzas del orden pongan eso, orden.
No comprenderá como, una de las pocas
instituciones que se ocupa de dar de comer a miles de españoles, o albergar
a los sin techo, o atender a madres
solas y necesitadas, enfermos, ancianos y niños a quienes muy pocos prestan los
mínimos auxilios, la Iglesia católica, es sistemáticamente odiada y atacada por
aquellos que ante la necesidad ajena miran hacia otro lado.
Esa imagen que percibe nuestro observador
imparcial, es la misma que llega a los mercados de capital, a los armadores de
buques, a los inversores y empresas extranjeras, a todas esas personas que
podrían ayudarnos a salir de la tremenda situación en que nos encontramos y que
seguro pensarán: “No es país para cuerdos, estos españoles está todos locos”.
El problema es que los cuerdos terminen marchandose y solo quedemos unos cuantos tarados mentales y acabemos definitivamente con el cotarro. Camino de ello vamos...a no ser que aparezcan los loqueros y nos pongan la camisa de fuerza. ¿Es lo que estamos buscando?
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