La velocidad con que se suceden los acontecimientos, la facilidad con
la que una noticia da la vuelta al mundo en cuestión de segundos, la
sobreabundancia de medios de comunicación, en una palabra, el desarrollo
vertiginoso de la vida del ser humano, junto con innegables ventajas, nos ha
traído algunos inconvenientes y, desde mi punto de vista, de suma gravedad: Nos
olvidamos fácilmente de hechos importantes y a todo damos un valor relativo.
“No hay nada mas antiguo que el periódico de ayer”, se dice para expresarlo.
En términos relativos,
la propia duración de nuestro paso por este mundo es efímera, un suspiro, si lo
comparamos con la historia de la humanidad, una insignificancia encubierta por
la vida de otros siete mil millones de seres humanos que habitamos el planeta,
y no digamos nada ante la magnitud de los otros muchos miles de millones que
nos antecedieron y los que, probablemente, nos sucederán.
Pues a pesar de todo,
la vida de un solo ser humano es única, irrepetible, sagrada, digna del mayor
de los respetos, es un bien supremo que hay que defender de quienes la
desprecian, la humillan, o la quitan. Cualquiera de nosotros está dispuesto a defender la
suya propia y la de sus seres mas queridos con uñas y dientes, cualquier sacrificio
es poco si de esto se trata.
Esa dimensión relativa
que es el tiempo, se eterniza para quien sufre, segundos de angustia se
convierten en eternos cuando una catástrofe natural siega las vidas de miles de
seres humanos, o un atentado terrorista sorprende y acaba con la vida de seres
inocentes que tenían un proyecto de vida y cuya única culpa ha sido estar en el
sitio inadecuado en ese momento.
Quienes han tenido la
desgracia de perder a un ser querido en una de esas circunstancias o en cualquier
otra, como los miles de accidentes de tráfico que se producen, no hace falta
refrescarles la memoria, mas bien al contrario, nuestro afán debe ser el
conseguir que ese acontecimiento no les impida seguir desarrollando su vida con
la mayor normalidad posible, entre otras razones por mor de otros seres
queridos que también los necesitan.
Pero, salvo los
directamente afectados o los que lo vivieron de alguna forma especial, ¿Quién
recuerda Hipercor, el 11 M , el Hotel Corona de Aragón, las Casas
Cuartel de la Guardia Civil , las Torres Gemelas, y tantos otros…? Si,
recordar, cuando se nos pregunta, lo recordamos todos, pero no me refiero a
eso, me refiero a que cuando la desgracia ha pasado, cuando se ha superado,
cuando el día a día de cada uno transcurre sin mas sobresaltos que los
habituales, por preocupantes que puedan ser, esos tristes episodios ocupan solo
un pequeño rincón de nuestra memoria.
Sin embargo hay algo
que no deberíamos olvidar: la amenaza de que atentados de ese calibre, o
incluso peores, vuelvan a repetirse, es real, esta ahí esperando su
oportunidad. No basta con que los responsables de nuestra seguridad no lo
olviden y trabajen las 24 horas del día, los ciudadanos, sin necesidad de vivir
obsesionados con ello, debemos prestar una colaboración activa en la prevención
denunciando cualquier hecho que pueda resultar anómalo en comportamientos de
determinadas personas. Sirve lo mismo para el terrorismo, violencia de género,…
Tenemos muy mala
memoria y, cuando las circunstancias nos permiten periodos de calma, bajamos la
guardia, no nos preocupamos, no queremos pensar en eso y si alguien nos lo
recuerda, como yo hoy, le llamamos catastrofista, y mil cosas más.
Sin embargo, y por
ellos escribo este artículo, hay miles de personas, hombres y mujeres,
compatriotas nuestros, cuyo trabajo consiste en prevenir, hasta donde les es
posible, que algo de esto nos vuelva a suceder. No tenemos ni idea y nos
asombraría conocer hasta que punto les debemos seguir con nuestras vidas.
Existen profesiones
vocacionales y otras circunstanciales, pero estoy seguro de que esas personas
que optan por arriesgar sus vidas para preservar las de sus conciudadanos están
motivadas por una fuerte vocación, no hay dinero que pague tanto sacrificio.
Olvidar o ignorar, que la amenaza existe es
menospreciar su trabajo y su entrega. Por eso me indigna oír o leer a quienes
se ponen de perfil y no tienen en consideración las advertencias de quienes
tienen conocimiento y motivos para hacerlas.
Policías, Servicios de
Inteligencia, Militares y otros colectivos de todo el mundo hacen ese trabajo
poco agradecido, oculto a la opinión pública – como debe ser – sacrificado,
constante, profesional y arriesgado para defender nuestras vidas y, aunque
resulte más cómodo ignorarlo, es de justicia, recordarlos agradecidamente.
Es bueno recibir con
los brazos abiertos a personas de otras latitudes que necesitan incorporarse a
nuestra sociedad, es un acto que nos engrandece como seres humanos y es una
forma de corresponder a la acogida que muchos españoles tuvieron en otra época.
También debemos respetar sus creencias y cultura, siempre que no contravengan
nuestras leyes. Pero bien sabemos que al amparo de esa solidaridad y, a veces,
de la indolencia general, quienes, llevados de su fanatismo quieren atentar
contra nuestras vidas, lo tienen mucho mas fácil.
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