Que vivimos en un mundo global nadie lo niega. Para lo
bueno y para lo malo, esta humanidad del Siglo XXI, gracias al tremendo avance
de las comunicaciones, es cada día más dependiente de lo que ocurre a veces a
miles de kilómetros de distancia.
Los
medios de comunicación, las redes sociales, nos hicieron vivir simultáneamente
con los habitantes de Nueva York aquella terrible tragedia del 11S de 2001, más
tarde en nuestro Madrid, y luego Londres y antes Casablanca y tantos lugares
del mundo donde ese terrorismo fanático pone sus destructoras garras.
Ahora
ha sido París. Hemos visto rematar en el suelo a un indefenso policía, musulmán
también por cierto, casi mientras se producía, como vimos las bombas de la
maratón de Boston o vemos decapitar a periodistas y cooperantes en vídeos macabros que solo persiguen sembrar, aun más, el terror. El temor que les tenemos a que la próxima vez, porque habrá próximas veces, así en plural, no
nos toque a nosotros o nuestros seres queridos.
Es
obligado escribir hoy de esta plaga universal que no respeta nada, ni siquiera
a los de su misma creencia religiosa que no interpretan sus preceptos como a
ellos les gustan. Al Qaeda, Boko Haran, Estado Islámico, qué más da. Ahora
están en una pugna entre ellos para demostrarse mutuamente quien es el más
fuerte, el más salvaje, y lo hacen con las vidas que se ponen en su camino:
niñas en Nigeria, cristianos en Siria e Irak, occidentales donde quiera que se
hallen…todo vale.
No es
la primera vez, ni desgraciadamente será la última, que hablemos de este tema
en el blog, en entrevistas de prensa o en charlas públicas, cuando, al referirnos al trabajo de los
Cuerpo y Fuerzas de Seguridad del Estado y sus Servicios de Inteligencia,
agradecemos públicamente su impagable labor preventiva. Solo en el año 2014, en
España, se han hecho 47 detenciones de potenciales terroristas y abortado 12
posibles atentados, según declaración de la Vicepresidenta del Gobierno
responsable del Centro Nacional de Inteligencia (CNI).
No se
trata de alarmar, la alarma sin datos concretos de un hecho terrorista que se
prevé, no tiene ningún efecto positivo, más bien al contrario. La alarma debe
hacerse pública solo cuando se posean, de forma muy concreta y cierta, elementos
que permitan minimizar o evitar daños.
No se
trata de alarmar, pero sí de concienciar. Hacer ver al país que existe un
peligro cierto de que estos actos terroristas se repitan mucha veces, en
lugares distintos, con objetivos inesperados, con bombas, terroristas suicidas
o ametrallamientos, como el 7 de este mes en París. La ventaja del terrorista,
lo he dicho muchas veces, es que tiene de su parte el factor sorpresa. Elije el
objetivo, el lugar, la fecha y hora y el medio a emplear. Todo lo decide él, o
ellos, y no tiene prisa, espera a que las circunstancias le sean favorables y
además no aprecia su propia vida.
Como
hemos visto en tantos casos a lo largo de estos últimos años, no es precisa
provocación alguna para ser objetivo del terrorismo yihadista, sin embargo,
quienes en uso de su libertad de expresión tienen la osadía se criticar al
fanatismo islamista, saben que sus vidas están seriamente amenazadas, como es
el caso del escritor británico de origen indio, Salman Rushdie, autor del libro
“Los Versos satánicos”, publicado en
1988, que le valdría una condena a muerte en un edicto religioso, o fatwa, emitido por el ayatola Jomeini, acusándolo
de blasfemo. Sigue vivo, pero con medidas permanentes de protección para él y
su familia.
Los
dibujantes del semanario satírico francés Charlie
Hebdo, han venido siendo objeto de amenazas y ataques hasta llegar a los
terribles asesinatos del pasado miércoles día 7, y el novelista francés
Houellebecq, que publicó ese mismo día su obra Sumisión, en el que plantea la posibilidad de una Francia musulmana
en 2020 con un Presidente musulmán en el Elíseo, solo se desplaza acompañado de
una fuerte escolta personal. El Islamismo radical no admite críticas, ni
satíricas ni serias, solo permiten la tolerancia absoluta a sus ideas,
costumbres y métodos.
En
Francia, donde casi seis millones de su población es musulmana, y sobre todo en
París, existen barrios habitados exclusivamente por emigrantes procedentes de
países islámicos, en los que hace pocos años hubo graves disturbios, y donde no
permiten el acceso a la policía francesa.
La
Policía, los Servicios de Inteligencia, valiéndose de los modernos medios de
interceptación de señales, buscan, casi como una aguja en un pajar, una pista
que les lleve hasta un posible terrorista. Otras veces, la colaboración
ciudadana, ante un comportamiento llamativo, da la voz de alarma. Y muchas
veces, infiltrados en redes terroristas son quienes proporcionan los datos para
abortar posibles atentados.
A nadie
se le escapa lo difícil, complejo y arriesgado de este trabajo, pero también la
necesidad perentoria de contar con hombres y mujeres dispuestos a realizarlo.
Cuando
se produce un atentado como 11S en Nueva York, 11M en Madrid, 7J en Londres o
el miércoles pasado en París, podemos decir que en esta lucha desigual, han
fracasado quienes tenían que evitarlo, pero a continuación hay que añadir que
solo en España, en un año, se han evitado 12 posibles atentados, lo que quiere
decir varias cosas:
-
Primero, que hay que dotar a los Cuerpo de Seguridad y
Servicios de Inteligencia de todos los medios que sean necesarios, por caros y
sofisticados que sean, y las licencias legales para usarlos.
-
Segundo, que hay que concienciar a todos los ciudadanos
del peligro que supone la existencia del fanatismo criminal y de la importancia
de su colaboración en la detección de posibles terroristas. Y
-
Tercero, pedir a los países unidad de acción,
colaboración con todos los medios disponibles, sin reservas, sin anteponer
intereses propios, económicos, estratégicos o de cualquier otro tipo, al bien
común que supone erradicar el terrorismo.
Si no se llega a acuerdos, si no se
ponen los medios, si no se conciencia a la ciudadanía, solo nos quedará seguir
llorando a nuestras victimas y esperar un nuevo zarpazo del terrorismo
fanático.